"EL BLOG MÁS LEÍDO EN CÁCERES SEGÚN EL ÚLTIMO EUSKOBARÓMETRO"

jueves, 7 de julio de 2011

EL DÍA EN EL QUE SE DETUVO EL MUNDO


El día en el que se detuvo el mundo faltaban apenas unos minutos para la medianoche.
Ocurrió de repente, sin que, a posteriori y hasta hoy, ninguna ley o teoría científico-natural haya conseguido desentrañar la naturaleza de aquella extraña singularidad que alteró el curso preciso y continuo del espacio-tiempo.
Pero sucedió. El mundo se detuvo, sin más.

Una ardilla permaneció congelada en el aire, los verdes nervios de las hojas no se mecían en la cálida brisa de agosto, ninguna energía vadeaba ya las fibras de los tendidos de las líneas telefónicas que atravesaban los bosques, las selvas y los mares.
El pianista sostuvo la nota demasiado tiempo. El enfermo entorpeció su enfermedad. Los amantes continuaron entrelazados y desnudos, sin moverse, fuera de sus sábanas, prolongando el placer del calor prestado del adversario. Una mujer se eternizó en la caricia a su querido perro mientras unos niños perseguían inmóviles una pelota amarilla en un jardín apenas clareado por la luna llena y por una cuadrilla de luciérnagas.
Los repartidores de comida no llegaban a la hora y la luz pálida de las neveras iluminaba rostros frenados en su goloso avance sin ninguna explicación.

Todo el mundo fue consciente, dentro de su nueva condición inerte, de aquel hecho, de la anomalía trascendente, del cómo algo totalmente inexplicable les estaba sucediendo por primera vez a todos ellos... algo estaba trastocando el universo sincronizado y la previsible mecánica que movía los hilos de los seres vivos.
Pero lo más extraño de todo era esa sensación, la de absoluta alegría que les recorría de repente la médula espinal- como una descarga eléctrica de fértil e invisible calma- y que parecía fruto de aquella soñolienta y perturbadora quietud.
Algunos aspiraron el aire como si fuese nuevo y estuviesen estrenando por primera vez unos pulmones verdes y limpios para degustar las oleadas de rocío de la medianoche.
Otros se recrearon, extasiados, contemplando desde otra perspectiva unas baldosas blancas, una mejilla sonrosada, la piel agrietada de un limón, el cielo estallado de una tormenta de verano.
Algo, extrañamente, bullía bajo la superficie de las cosas y lo envolvía y engarzaba todo, desde lo más grande a lo que apenas la mirada alcanzaba a acariciar.
Cada pieza de ese universo cobraba ahora nuevos significados, ahogadas ya las prisas y el frenético movimiento humano. Todo estaba sucediendo por dentro, sin palabras ni gestos. Somos como árboles o estrellas, pensó alguien que estaba detenido frente a una antigua máquina de escribir. Somos como árboles o estrellas...

Y en ésas estábamos cuando el mundo se puso en marcha de nuevo.
Todo regresó a su lugar. La maquinaria del tiempo volvió a engrasarse y las ruedas dentadas comenzaron a moverse otra vez con la antigua precisión. Si la pausa duró una eternidad o un microsegundo, o ambos conceptos a la vez, nadie lo sabe.
Los amantes continuaron haciendo el amor, el pianista cambió de nota, la ardilla se posó en la rama, los niños alcanzaron la pelota amarilla.

Han vuelto las prisas, la impaciencia, y hoy casi nadie habla ya de aquel día en el que el mundo se detuvo.
Ni la mujer embarazada que, con los pies dentro del agua de una pequeña piscina de plástico en su jardín, contemplaba la misteriosa luz que bañaba a su madre.
Ni su otro hijo, que yacía sobre la hierba disfrutando de la serpentina tornasolada con que la humedad de la noche vestía una delicada tela de araña.
Pero si uno se fija solamente un poco- no hace falta ser demasiado observador- hay algo distinto en los ojos de la mayor parte de la gente. Un brillo nuevo. Algo que callan. Un ligero destello que antes no estaba.
Dicen que son los mismos, pero algo los ha transformado a todos, aunque ya apenas hablen de ello.
Mientras tanto, las estrellas brillan trémulas en la noche y los árboles silenciosos observan cómo el corazón de algunos hombres late cada vez más despacio y cómo estos se van sentando lenta y ordenamente en la oscuridad cuando llega su turno, aunque ya casi nadie siente temor, sobre todo después de haber vivido en sus propias carnes el pequeño milagro de aquel día en el que se detuvo el mundo y, de repente, todo, absolutamente todo, cobró sentido y las piezas encajaron sin más.
Como un acertijo que se resuelve cerrando los ojos, y solamente despejado en la reconfortante quietud de esa misma oscuridad.


Saludos de Jim.


No hay comentarios: